No faltan en nuestra Galicia lugares desde donde otear la salada inmensidad azul.
Y es lo que hicimos en
esta caminata que iniciamos cerca de A Pastoriza, Marín. El día amaneció claro
y el celeste era la nota predominante en la paleta de colores del paisaje.
La primavera está cerca,
aunque algunos árboles se nos muestran todavía despidos de ropaje.
Y no tardamos en tener la
primera visión de La Ría de Pontevedra en todo su esplendor.
Allí todo resplandece, el
cielo, la vegetación y los caballos en la tierra, las bateas y los barcos en
la mar,…
Pasaron los minutos y
allí andábamos para adelante y para atrás maravillados, llenando el alma y
tratando de absorber toda la buena energía que se percibía. Para no perder
detalle también nos sentamos en el banco colocado para tal efecto.
Seguimos camino y lo
hacemos descendiendo vertiginosamente, ayudados de nuestros bastones, por una
sendita entre tojos y pinos y desde la que de vez en cuando atisbábamos El Océano
Atlántico y La Isla de Ons en la lontananza.
Llegados a camino más
ancho seguimos acompañados por la sombra de la arboleda, y de una autóctona
carballeira.
El sonido del Regato das
Corgadas nos anima al tiempo que nos topamos con La Cruz de Rolán.
Y nos dirigimos ya cara a
nuestro siguiente objetivo. Y lo hacemos por un camino ascendente en el que los
muros nos dejan ver la verde pátina musgosa del paso de los siglos.
Y hete ahí que lo tenemos
delante nuestra: “O Castelo de Ardán”. Envuelto en la leyenda, con tesoro de
mouros incluido, los restos en él hallados hablan de la existencia de Un Castro
de la Edad de Hierro con reocupación medieval en forma de Castillo.
Situado sobre una abrupta
colina granítica, a la que accedemos por un sinuoso sendero, domina todo el
entorno costero de La Ría de Pontevedra. Y como la moda manda, alguien colocó allí,
un banquito desde donde poder observar todo el espectáculo.
No se queda atrás la panorámica
que se nos ofrece desde El Mirador de Chans.
En la zona existe un área
recreativa, algo abandonada, con fuentes y asadores para pasar una jornada en
familia. Cerca, bonitos caballos pastan y deambulan pacíficamente.
Nuestros pies nos llevan
ahora entre muros de piedra cubiertos de hojarasca, musgo y diminutos helechos.
Y nos acercan hasta un
lugar de enterramiento, con “A Tumba do Portugués” Y “A Mámoa do Rei” de épocas
muy dispares.
El sol nos acompaña y la
frondosidad de los árboles en la ruta resulta providencial.
Y así llegamos al paraje en donde se encuentran las ruinas de La Capela de San Lourenzo, del S. XVII.
Muy cerca, en un solitario rincón, un pozo recoge las aguas de la zona.
Contribuyendo así una con pizca más de encanto a la ruta.
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