Hay veces en que no
dudamos en subir donde sea para mirar más allá y ver el camino a seguir.
La ruta que os contamos
hoy transcurre por tierras portuguesas, alrededor de Aboim Da Nóbrega en el
atrio de cuya iglesia dimos el pistoletazo de salida.
A unos pasos, una playa
fluvial semi-abandonada, es la compañera de este solitario molino.
Continuamos acompañando
al Río Vade, aquí casi un regato, por caminos empedrados entre fincas y
viñedos.
Las casas labriegas nos
muestran orgullosas sus hórreos, algunos con las puertas ricamente talladas.
Algo más adelante nos
volvemos a encontrar con el río Vade al que sortearemos sobre unas oportunas
poldras.
Fijaos bien en sus
orillas en donde descansan antiguos molinos.
Pisa el caminante suelos
de piedra testigos sempiternos del duro faenar.
Y de nuevo el río Vade se
nos aparece en un idílico paraje.
Con laguna, levada y
molinos.
Un momento para parar y
disfrutar plenamente.
Si tenéis suerte, hasta
contemplaréis el cuadro de una familia de caballos paciendo tranquilamente.
Acercándonos a lugares
poblados, encontraremos muestras del sentir religioso de la gente lugareña con
cruceiros, capillas, almiñas...
Y también los efectos de
los incendios en la vegetación que nos rodea.
Aún así, el azul del cielo pone una nota alegre y de esperanza en el camino.
Junto con un aire de misterio provocado por la presencia de este marco... ¿Qué indica?
No os perdáis el enclave en
donde se encuentra El foso Do Lobo de Gondomar, cuyos muros se ven desde
bastante lejos.
Dicen que es uno de los
mayores de La Península Ibérica con cerca de 2 km.
Actualmente está en
desuso pero las piedras de su muralla todavía nos dan idea de lo que fue en el
pasado.
Antes de entrar en
Nogueira nos sorprende en un cruce de caminos El Cruceiro de Fontefría.
Y ya en el pueblo nos
impresionó la solidez de sus casas de piedra, sus hórreos entre los que
destacamos el poderío de este, altivo en su atalaya.
No faltan los lavaderos
ni las rústicas fuentes.
Se desliza ahora el
caminante por senderos tranquilos,
zigzagueando entre frondosos árboles y muros musgosos de piedra.
Tranquilas corredoiras en
donde lo verde es predominante y la hiedra engalana los troncos de las especies
arbóreas.
Al ver el encanto de esta
fuente, con su hojita de verdura, mi mente retrocedió en el tiempo, llevándome
a los días de mi niñez, en donde era yo quien colocaba la hojita para poder
recoger mejor el agua.
Regatos y pozas de riega
salpicados por doquier, mostrándonos su preciado líquido transparente.
Vamos ya retornando al
punto de inicio pero la ruta no pierde belleza.
Una vez más la presencia
del río Ave se hace notar.
A su paso por entre las
ruedas de los molinos de Aboim.
No cabe duda de que
tuvieron mejores momentos, pero ahí están como muestra de lo que fueron en un
pasado no muy lejano.
Ya sabéis, por esto y
algo más que se quedó en el tintero, una ruta más para caminar y sentir.
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