Nuestra Tercera Etapa
transcurrió por las tierras que separan Barbadelo de Portomarín.
Por cierto, en el
mismo Barbadelo no paséis de largo La Iglesia de Santiago cuyos orígenes se remontan a los siglos X-XI y en donde admiraréis
su torre y esta magnífica portada.
Iniciamos el camino muy
temprano pero la senda ya se encontraba bastante concurrida.
Pasamos por Rente y A
Serra y nos deslizamos bajo los túneles formados por la frondosidad de los
árboles del lugar.
En una fuente nos
encontramos con Pelegrín, la mascota del año xacobeo de 1993 y hay momentos
verdaderamente bonitos para el caminante.
Recorremos lugares como Peruscallo, Cortiñas y Lavandeira y, entre muros de piedra y árboles autóctonos, llegamos
a A Brea en donde debería estar el mojón con la plaquita de los 100 km pero los amigos de
lo ajeno se la han llevado como recuerdo al igual que muchas otras.
Seguimos por Morgade con una bonita capilla de
piedra al borde del camino.
Luego por Ferreiros y Mirallos en donde veréis otra iglesia que merece la pena La de Santa María
de Ferreiros, románica e inicialmente construída en el S. XII en otro lugar.
Ahora está mismo a la
vera del camino y dicen que fue trasladada piedra a piedra hasta aquí en el S.
XVIII. Fijaos en su arco, su portada, espadaña y la pila bautismal a su frente.
En los pueblos y aldeas
por los que pasamos como A Pena, As Rozas, Moimentos, Mercadoiro, Moutras, A
Parrocha y Vilachá, echad un ojo además a los hórreos.
Y también a las
fuentes.
Admirad los musgosos
muros de piedra que delimitan el paso del peregrino.
Buscad las meigas galegas
por ahí volando, que ya sabéis… Habelas… Hainas…
Y llevaos algún
recuerdito del camino.
De vez en cuando os
encontraréis con el ganado que sale a pastar.
Y, siempre indicando la
dirección a seguir, las sempiternas flechas amarillas.
De repente divisamos ya
los negros tejados y la Iglesia de Portomarín, nuestro destino.
Y gran regocijo inunda a
los caminantes.
Nosotros ahora descendemos por
un trayecto nuevo con respecto al que habíamos seguido años anteriores, con El
Embalse de Belesar en nuestro punto de mira.
Hay un momento en que la
senda se va estrechando cada vez más.
Llegando el peregrino a ir como
encajonado entre muros de piedra. Aquí el caminante tiene
que prestar especial atención a donde pone el pie.
Pero es realmente
espectacular, parece que estamos viviendo una aventura a lo Indiana Jones.
Con el suelo totalmente
de roca pura.
Y enseguidita nos encontramos
delante del embalse y el puente sobre las aguas del Río Miño.
Lo cruzamos y subimos
unos cuantos escalones.
Atravesamos el arco
que perteneció a un antiguo puente medieval y en el que se
encuentra La Capilla de A Virxe das Neves.
Y que nos lleva al mismo Portomarín
que recibe al peregrino con este gran letrero.
Callejeamos por sus
calles asoportaladas.
Y nos encontramos ya
delante de La Iglesia románica de San Nicolás, templo-fortaleza del S. XIII con
sus almenas y característico rosetón.
Y que fue trasladada
piedra a piedra desde el antiguo Portomarín cuando el poblado quedó totalmente
inundado por las aguas del embalse.
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