Esta vez nos fuimos hasta Samieira para hacer una ruta cortita pero bonita a rabiar.
Iniciamos acompañando al
Regato do Covelo en su vertiginoso descenso hacia su desembocadura en El Océano
Atlántico. Nos recibe un pétreo cruceiro.
También La Playa de
Covelo y una preciosa vista del mar con La Isla de Tambo decorando el
horizonte.
Enseguida iniciamos un
zigzagueante paseo bordeando la costa sembrado de arboleda autóctona que nos permite
el acceso a pequeñas calas.
Y comprobar el paulatino
efecto del otoño en los robles y otros árboles que lo adornan.
Mientras, delimitado a
veces por pasarelas de madera, el paseante va tranquilo y sin prisa respirando
el suave olor a mar.
En donde los marineros se
afanan en sus trabajos en barcos o bateas que contemplamos ampliamente desde
oportunos bancos o desde la fina arena de La Playa de O Laño.
Y henos aquí ya en el
cauce del Río Freiría. Un puente de madera nos permite cruzarlo. A su lado mana
una fuente, en Fontemulleres, el lugar en que la leyenda cuenta que los moros
escondieron las campanas de La Catedral de Santiago.
Aquí mismo contemplamos asombrados la deslizante cascada que sus aguas nos ofrecen.
Y un poco más arriba el
primero de los 23 molinos que pueblan las orillas de este río, “Muiño de Cubo
de Abaixo” que nos introduce en un recorrido por la historia de estas tierras.
Pobladas por una serie de
molinos que atesoran vivencias y recuerdos de épocas no muy lejanas en que la
gente se acercaba hasta ellos para moler el grano fruto de su arduo trabajo.
El senderista va
conociendo el nombre de cada uno en las numerosas placas identificativas al
tiempo que la vista se recrea en la orografía y la vegetación ornamentativa de
la zona.
La ruta va serpeando con
el curso del río también llamado Río dos Muíños que en este tiempo va precioso
y nos ofrece momentos llenos de belleza.
Como el que apreciamos en
el enclave del "Muíño da Espiga" con pontón de piedra incluido.
También llegados al
paraje en el que se encuentra "O Muiño de Suárez", verdadera maravilla.
O arribados al "Muíño de
Cabezudo".
Hay veces que oportunas
pasarelas, pasos de madera o escaleras nos facilitan el caminar de un molino a
otro.
Para mostrarnos momentos
que son un verdadero regalo para los sentidos.
Salpicados con la
esporádica presencia de un cruceiro aquí, alguna fuente o lavadero allá, sin
olvidar las áreas recreativas en donde parar a merendar.
Algunos molinos se
encuentran en bastante buen estado de conservación.
En cambio otros muestran
el inexorable paso del tiempo, invadidas sus ruinas por hiedras y helechos que
añaden una nota romántica a la ruta.
En general vamos viendo
un molino detrás de otro y en alguna ocasión los vemos en conjunto alguno
incluso con su canal aprovechando el agua sobrante del anterior.
La senda ascendente
transcurre encantadora y sinuosa en pos del líquido elemento siempre a nuestra
izquierda.
Estilizados árboles, laureles,
verdes y trepadoras enredaderas, castaños y acebos, entre otros, son nuestros
compañeros en este rincón de ensueño.
Nuestros pies van tocando
la música compuesta por la hojarasca acompañados por el rumor de los gigantes
helechos mecidos por la brisa y el goteo incesante del río.
Que nos arrulla con sus
aguas cristalinas y nos lleva en volandas por lugares en donde seguramente las
hadas y duendes nos espían detrás de los retorcidos troncos.
Cuando despiertan de su
sueño en los ahora silenciosos y solitarios molinos.
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