Pontevedra es la ciudad
del Lérez, río de la vertiente atlántica, que nace en la Sierra do Candán.
Y es este río, a su paso
por la Pontus Veteris romana, el protagonista de la caminata que os dejamos hoy
en El Blog Grupo de Andainas Rías Baixas.
Comenzamos a caminar en
las inmediaciones de la inhiesta figura del Puente de Los Tirantes.
Y enseguida nos hallamos
inmersos en La Isla de las Esculturas.
Llaman la atención los numerosos
puentecillos de madera que facilitan el paso de una a otra orilla del cauce de
agua que la atraviesa.
¡Qué bien sienta un
descansito después de un largo vuelo!
Ondas de calma, fortaleza
y sosiego nos llegan a través de los puentes del ferrocarril.
En la lontananza, la
siempre elegante figura del Monasterio de San Benito, que avistaremos desde
distintos lugares de nuestro recorrido. A veces semitapado.
Y en algún momento
luciendo lleno de esplendor.
Nuestros pasos nos llevan, inicialmente,
por el margen derecho del río, el cual todavía no habíamos explorado.
Así pudimos llegar
tranquilamente hasta la base misma de su famosa cascada.
Y la verdad es que no nos
sentimos defraudados ni un solo segundo.
¡Fijaos que bien luce El Balneario desde este lado!
¡Y qué azules bajaban las
aguas de nuestro río!
¡Y no os perdáis esta
fantástica escena de las aguas encabritadas marchando a encontrarse con El Atlántico!
¡Era superemocionante
estar allí en contacto con el rugir de las aguas, su chocar contra las rocas
del lecho y el verde reciente de los brotes nuevos en los árboles!
El caminar es fácil y
nuestros pies se deslizan suavemente bajo los robles que se van revistiendo sin
prisas y con la tranquilidad aprendida de siglos.
Del pasado activo del río
nos hablan estas apacibles ruinas que contrastan con la furia del río en ese
paraje.
Al que accedemos a través de este curvilíneo
puente de madera.
Y llega el momento de
pasarnos a la otra orilla, vieja conocida de los senderistas, y lo hacemos por
la estrecha estructura de esta pasarela metálica.
El Lérez aquí es todo
mansedumbre, quietud y colorido.
Contrastando con la visión
que habíamos dejado atrás, alocadas las aguas de su cauce junto a los viejos
molinos.
Y con la que encontramos
algo más adelante cerca de la represa. ¡Realmente espectacular!
Admiramos la estilizada cola
de caballo de la cascada cuyas aguas habíamos tocado minutos antes.
Nos deslizamos a través
de la muda pasarela de madera.
Que nos conduce hasta la
solitaria Playa Fluvial del Lérez.
Y, a través del bonito
paseo, caminamos cerquita, cerquita del agua.
Hasta la majestuosa
pasarela peatonal que une las dos orillas del Lérez.
Y allí lo dejamos, entre
el azul del cielo y el de sus aguas, eternamente dando de beber a quien pasa…
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