En Oia, entre Baiona y A
Guarda se erigió allá por el S. XII un gran monasterio, en una situación estratégica,
besando las aguas del Atlántico.
Su imponente figura, y su
sempiterno compañero, el océano, son dos
de los atractivos de la ruta que hoy os dejamos en El Blog Grupo de Andainas Rías
Baixas.
Comenzamos la caminata en
Viladesuso, iniciando una ligera subida que nos llevaría, en un principio, hasta La Iglesia de San Miguel, en donde nos llamó la atención un antiguo reloj de sol.
Continuamos la caminata y
desde uno y otro rincón nos maravillaremos con las impresionantes vistas que el
paisaje nos ofrece.
Buena parte del trayecto
que realizamos se encuentra dentro de una ruta conocida como “Ruta Mágica de
Oia” que nos da a conocer el rico patrimonio de este lugar sobre todo en
materia de lo que a petroglifos se refiere.
Algunos de los nombres de
los lugares en donde se pueden localizar son: A Pousadela, Outeiros do Morouzo,
A Pedreira y otros.
En Agua dos Cevros,
además de petroglifos, encontramos serenas pozas que, en días calurosos, ayudarán
a refrescar a los acalorados senderistas.
Todos ellos se encuentran
en lugares privilegiados desde donde podréis contemplar la inmensidad del océano
y mucho más.
Porque lo que más destaca
en esta senda es la amplia visión que tenemos de la costa gallega en este
bonito rincón de nuestra geografía, que nosotros pudimos disfrutar a pesar de nuestra molesta compañera, la lluvia.
También obtendréis
distintas perspectivas de la figura del monasterio que no os cansaréis de
fotografiar.
Y si tenéis suerte, podréis
avistar las salvajes siluetas de los caballos en libertad.
Callejearéis por Oia,
entre sus callejuelas y sus casas de piedra que parece te invitan a entrar.
Os acercaréis a conocer más
de cerca El Monasterio de Santa María.
A su vera veréis discurrir las dulces aguas del Regato da Lavandeira
antes de unirse al salado mar.
En las minifundistas fincas costeras, cercadas
por minúsculas piedras, las vacas pacen despreocupadas, ajenas al paso del
caminante y de la tormenta.
En el tramo final,
coincidimos con El Camino Portugués a Santiago por La Costa, y continuamos admirando la
fuerza del mar que ruge incesante a nuestra vera.
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