Hacía tiempo que teníamos
enormes ganas de caminar sobre El Cañón del Río Tera y ¡Por fin hemos
conseguido contemplar ésta y otras maravillas!
Y lo hicimos siguiendo La
Ruta de Montaña de La Cueva de San Martín y El Cañón del Tera.
Ya desde el comienzo
entramos en contacto con la colorida flora del lugar, con el brezo y la
carqueisa en plena floración animando el telón de fondo de la ruta.
Aunque no faltan
castaños, robles, piornos y elementos de matorral bajo para adornar la ruta y acompañar
al caminante.
Algún momento hay en que
divisamos la silueta inconfundible del
Lago de Sanabria, único lago de origen glaciar de La Península Ibérica.
En una parte de la ruta nos
adentramos en un altiplano. Allí disfrutamos de diversas formaciones rocosas curiosas
al tiempo que el ganado vacuno pastaba en los buenos pastos del lugar.
Bajo un cielo azul
radiante que nos auguraba una buena jornada de caminata en una ruta de montaña.
A medida que avanzamos el
paisaje va cambiando y en el horizonte se dibujan las cumbres de las lejanas
montañas.
Que inundan de alegría el
alma del caminante.
Regocijo aumentado cuando
se vislumbra en la lejanía El Cañón del Río Tera, en un valle en forma de
artesa o de U característico del modelo glaciar.
El caminante va ahora
descendiendo por terreno abrupto, entre elementos de roble melojo, alcanzando a
ver con más detalle algunos de los puntos que más tarde pisará y conocerá de
primera mano.
Refugios de pastor reciben
al senderista que ve animado su caminar por el rumor de las aguas del Arroyo de
Los Covadosos antes de encontrarse con El Río Tera del que es afluente.
Y henos por fin delante del
Tera formando la mal llamada Cueva de San Martín ya que en realidad no es una
cueva sino una profunda laguna producida por el ensanchamiento de la garganta del
Tera cuyas aguas al caer forman una preciosa cascada.
A partir de aquí el
senderista no hace más que admirar los lugares por los que El Tera discurre ya
que estamos ante el mayor y más grandioso cañón de todo El
Parque Natural del Lago de Sanabria y alrededores, formado por los glaciares
del Cuaternario.
Veremos algunos remansos en donde el agua a lo
largo de los siglos ha ido formando ibones o lagos de montaña y pequeños pozos,
algunos con renombre como La laguna de Las Ninfas y El Pozo de Las Forcadas.
Precisamente en ellos se pueden apreciar las morrenas,
resultado de la erosión que fue dejando el glaciar a su paso.
No van a faltar los saltos de agua animando el
paisaje definido por las rocas aborregadas.
Como esta espectacular cascada que, allí
deslizándose por la maraña de rocas, en un lugar que cautiva y atrapa, deja
deslumbrado al caminante que puede llegar hasta ella y refrescarse en sus aguas.
Siendo ésta una ruta de montaña no es
precisamente un paseo sino más bien una aventura. No existe un camino como tal
sino que el caminante tiene que cruzar el río, trepar, destrepar y saltar para ir
sorteando el terreno sinuoso y rocoso por el que transcurre.
Experimentando la crudeza de un sendero
que juega al escondite, se esconde y para encontrarlo hemos de seguir por aquí un hito, por allí la intuición,… Ayudados por los
pocos postes de señalización y algunos montículos de piedra acumulados por los
senderistas que por allí pasan.
Y alguna que otra escalera natural ascendiendo
por la roca como en El Paraje de Valdecastro.
Aún así, los montañeros sonríen por el éxito
de su esfuerzo, por el río que pasa y canta,
por las marmitas gigantes, por el aroma de las flores, por el perpetuo bullir
interno del cañón y la montaña.
Sobre unas grandes piedras sorteamos el último
obstáculo que El Tera nos plantea antes de llegar a Ribadelago Viejo en donde
lo encontramos plácido y tranquilo.
No sucedió así la noche del 19 de enero de
1959 cuando, al romperse La Presa de Vega de Tera, millones de litros de agua bajaron
alocados por el cañón sorprendiendo a sus habitantes. Todo fue arrasado por la
riada. Los campos de cultivo, el ganado, los molinos, las viviendas y familias
enteras desaparecieron. Todavía hoy se pueden ver restos de la tragedia en el
pueblo, en donde lápidas, ruinas y alguna inscripción dan fe de lo sucedido.
Aún así, no cabe duda de que La Madre Naturaleza
ha puesto su marca artística en El Cañón del Río Tera, un imperecedero cuadro
para la admiración continua de los montañeros y caminantes que por allí se
acercan.
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