Hace poco volvimos a visitar A Illa de Arousa.
Comenzamos a caminar
sobre la pasarela de madera paralela al arenal a nuestra izquierda cuyas arenas
blancas no dudamos en pisar.
Continuamos por la senda
peatonal sin dejar de ver las sucesivas playas que van cambiando de nombre.
La vista se recrea en la
suavidad de la superficie marina que se confunde con el cielo en la lejanía, en
la que conseguimos vislumbrar la silueta del puente sobre las aguas.
La arena nos tienta y son
varias las veces que sucumbimos a su embrujo.
Hay veces en las que el
camino mismo es arenoso trazándonos la blanca ruta a seguir.
La vegetación que vamos
encontrando en esta primera parte está formada sobre todo por pinos y por
plantas que soportan bien la salinidad de la zona.
Llegamos así a Punta Xastelas y Punta Arnelas en donde la bajamar nos permitió subirnos a diferentes promontorios y disfrutar de diferentes formaciones rocosas.
Continúa el caminante su periplo envuelto en la belleza que emana de cada rincón.
Oteando a lo lejos el faenar de los barcos y las bateas en la mar.
Y pisando la mullida alfombra marrón tejida por La Madre Naturaleza con las olorosas agujas de los pinos.
No nos resistimos a la llamada emotiva de Playa Lombeira.
Y otras calas con innegable encanto.
Nos asombró el manto verde de las algas en La Playa das Agullas, en donde un pescador faenaba y una familia de nutrias se daba un refrescante bañito.
Seguimos caminando y lo hacemos ahora alejándonos momentáneamente de la vista del mar para favorecer la regeneración dunar.
Pero en seguida retomamos contacto con el líquido elemento en Punta do Castelo. Y con coloridas rocas que alegran el ánimo de los senderistas.
Pasamos Punta Carreirón y seguimos conociendo más Puntas y Playas.
Recordando rocas graciosas vistas en la jornada.
Divisando en la otra orilla El Molino de Mareas.
Y reafirmándonos una vez más en la idea de que vivimos en un paraíso: Galicia.
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