En Las Médulas, paraje declarado Patrimonio de
la Humanidad en 1997, se encontraba, in illo tempore, la mayor mina de oro a cielo abierto del Imperio
Romano.
La particular técnica de extracción, la ruina
montium, que literalmente rompía la montaña, provocó el hermoso paisaje de
cuento que los senderistas del Blog Grupo de Andainas Rías Baixas se
encontraron cuando hasta allí se acercaron.
Ahora, lo que queda, son
los restos de la actividad minera en aquellos lugares, invadidos de nuevo por La Madre Naturaleza, siempre sabia, y que nos proporciona uno de los paisajes
más peculiares digno de ser visitado.
Nosotros comenzamos la ruta acercándonos primero
hasta el Lago Somido, que durante la época de actividad minera era un canal de
lavado. A su vera el área de Chao de Maseiros que antes de la dominación romana
era un hermoso valle rellenado después por los desechos de la mina.
Ya en el pueblo, visitamos su bonita iglesia, dedicada a San Simón y San Judas.
Y, después, iniciamos un ligero ascenso entre
castaños centenarios, de curiosas formas, algunos de los cuales estaban en lugares de difícil acceso, lo que me hizo pensar en lo árdua que tiene que ser la recogida
de la castaña en el otoño.
Y casi sin querer llegamos al Mirador de
Pedrices. Desde allí el paisaje que se observa es fantástico.
Destacamos la característica silueta de los rojizos picos de Las Médulas y el
pueblo a sus pies.
Continuamos nuestro paseo y accedemos a una
zona en la que el sendero se estrecha y va tomando cada vez más altura. A lo
lejos, podemos ver pueblitos en la lejanía, salpicando las montañas que divisamos
a nuestras espaldas.
La primavera sale a nuestro encuentro y nos
vemos rodeados de las suaves tonalidades verdes y rosáceas del brezo y otros
arbustos.
Una vez en El Mirador de Reirigos, bien en lo alto, disfrutamos
una vez más de los pináculos rojizos tan peculiares y que son el motivo por el
cual nos encontramos allí. ¡No hay espectáculo igual!
Y no dudamos en atrevernos a caminar por una
estrecha senda pegada a la pared de la montaña en donde encontramos pequeñas
cuevas excavadas y llenas de encanto.
La senda, sinuosa, va serpeando por la montaña y es una
delicia poder caminar por ella, en un paisaje sin par, totalmente diferente al que
estábamos acostrumbrados.
Y arribamos por fin, al Mirador de Orellán. Allí, más
caminantes se encontraban contemplando la maravilla dejada por la acción de la
mano del hombre completada por la Naturaleza. Un paisaje único y especial.
También había quienes se adentraban en las cuevas
y se asomaban al balcón natural sobre el abismo. Nosotros preferimos contemplarlas desde el exterior.
Después de un rato nos tocó ir descendiendo. Y
lo hacemos por una senda realmente espectacular. Un auténtico bosque encantado.
A un lado y a otro hayas y castaños centenarios de troncos sugerentes, casi humanos,
nos acompañan y proporcionan una sombra que el senderista agradece.
Siempre rodeados de maravillas seguimos
adelante y nos volvemos a encontrar la tierra rojiza que tanto admiramos. Sobre
nosotros se yerguen silenciosos vigilantes de nuestros pasos.
Y algo más adelante la herida abierta de La Cuevona, la galería de mayor altura, nos permite adentrarnos en el interior de
su imponente oquedad.
¿Y qué decir de La Encantada? ¡Simplemente
fascinante! Debe su nombre a la luminosidad que se refleja en sus coloradas
paredes y que es producida por la luz que penetra en ella a través de una
abertura en su parte superior.
Y ya nos decidimos a regresar al punto de
inicio. El sendero que nos llevó hasta allí contribuyó a reforzar nuestra idea
de que realmente estábamos caminando por un lugar mágico e insuperable.
En donde cada rincón nos parece más
espectacular que el anterior. En donde cada recodo del camino te ofrece una
nueva perspectiva. Algo que no te cansas de mirar y admirar. ¡No te lo puedes perder!
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