Y es así porque en la lluviosa mañana del sábado pasado nos acercamos
hasta Viana Do Castelo, en Portugal, para participar en una actividad organizada
por VianaTrilhos, un grupo de montañismo con el cual ya hemos caminado en
alguna otra ocasión.
Como digo, era un día típico de otoño, en que todo tiene una belleza
fascinante, y la lluvia, que no había parado de caer durante toda la semana,
fue también nuestra compañera casi constante a lo largo de todo el sendero.

Y ya en el comienzo hicimos um pequeno desvío, en
busca de la llamada “Laxe da Churra”, una piedra con petroglifos, que nosotros
hace unos años pudimos apreciar en toda su magnitud, pero que ahora se
encuentran difíciles de ver pues están protegidas por una verja metálica que
impide el libre acceso.
Es espectacular la subida
por la calzada empedrada en donde se pueden observar perfectamente las huellas
dejadas por las ruedas de los carros a lo largo de años y años de sufridos
trabajos.
Después continuamos siempre
subiendo, por un trazado con mucha vegetación a ambos lados y terreno
alternando tierra y piedra, aproximándonos a uno de los puntos más altos desde
donde, en días despejados se puede tener uma visión fantástica consiguiendo ver el mar, con la costa de Vila Praia de Âncora, e incluso el
monte de Santa Tecla, allá en nuestra Galicia, al fondo, en una armoniosa combinación de ambos
elementos, sierra y mar, en un verdadero capricho de la naturaleza.
A continuación encontramos uma
especie de llanura, lo que sería ya “A Chão”. Allí pudimos observar manadas de
caballos salvajes, que ponían la nota de color a esa mañana húmeda y desapacible mientras nuestra botas
amenizaban con su chof, chof al pisar sobre las abundantes pozas que poblaban
la campiña.

Por el sonido, sabíamos
que nos encontrábamos inmersos en un parque eólico, pero las gigantescas figuras
se nos ofrecían sólo muy de cuando en cuando como fantasmas agitando sus brazos
en la niebla.
Y así, entre pistas,
senderos de matorral bajo, pinares y afloramientos graníticos comenzamos el
descenso. Llegados al “Miradouro das Bandeiras” o Alto do Mior, quedamos un
poco desilusionados por no poder disfrutar de las vistas de la costa portuguesa,
que hace unos años sí pudimos contemplar y que realmente sabemos es una
maravilla en días sin niebla y sin la fuerte lluvia, acompañada de viento, como
la que en aquellos momentos estaba cayendo sobre nosotros.
A partir de este punto
comienza una bajada por terreno de piedra, bonito, pero también difícil para el
caminante por encontrarse muy resbaladizo debido a las inclemencias del tiempo.

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