Y no nos cansamos de admirar las maravillas que nos ofrecen los ríos de nuestra Galicia.
Esta vez caminamos por
tierras de Roxos, cerca de Santiago de Compostela. Inicialmente lo hacemos por
una senda bajo la sombra de los pinos, conociendo El Petroglifo da Prianseira.
A medida que avanzamos
apreciamos el silencio reinante y la paz que se respira en el ambiente en donde
el arbolado se nutre de especies autóctonas.
Llegamos así a orillas del Río Sar, afluente del Río Ulla, que cruzamos por el estrecho Puente das Pardiñas.
Para llegar a un bonito
paraje con molino incluido.
Que abandonamos para
seguir disfrutando de la serenidad proporcionada por el verdor de las hojas de
los laureles y las enredaderas serpeando por los troncos de los árboles.
Al tiempo que los pies se
deslizan sobre la mullida y alegre alfombra de la hojarasca y se atreven a cruzar
un regato sobre una frágil pasarela de madera.
Para algo más adelante
hacer lo mismo pero ya sin pasarela ni nada al tiempo que los ojos del
caminante atisban el enclave en donde se halla El Petroglifo de O Souto.
Un lugar lleno de magia y
misterio en donde los artistas del Neolítico nos dejaron su obra en piedra.
La senda que viene a continuación vuelve a sumergirnos en un mar de verdor en la tierra llevado hasta las alturas por las hiedras de los árboles.
Y nos conduce de nuevo
hasta las aguas del Sar que avanzan ruidosas y raudas bajo los restos del
Puente Cabirta.
Deja el caminante este rincón dejándose llevar al amparo de estilizados y retorcidos ejemplares arbóreos.
Hasta llegar a las ruinas
de La Fábrica de Papel de Pego y su molino papelero de tinas, que empleaban
trapos como materia prima, por lo que la elaboración de
pasta de madera, iniciada en España sobre 1880, supuso el principio del fin de
estas viejas papeleras.
Que quedaron al abandono acompañadas por un
halo de nostalgia y añoranza todavía palpables en sus decaídos muros y las
flores silvestres que los adornan.
Curioseando por allí oímos
el rumor del agua y para nuestra sorpresa nos volvimos a topar con El Río Sar
esta vez formando una estruendosa cascada en un entorno espectacular.
También fuimos testigos
de cómo El Río Roxos, su afluente, le entregaba su líquido y cristalino elemento.
Una verdadera maravilla
poder estar allí asistiendo al espectáculo del Roxos en todo su esplendor,
formando fantásticas pozas y pequeñas cascadas.
A cada paso un bonito
momento surgía ante el visitante que recreaba la vista y el espíritu.
Pero el caminante debe
proseguir y qué mejor que por un sendero entre altos árboles que, adornados sus
troncos y ramas de verdes serpientes reptadoras, parecían alcanzar el azul del
cielo.
Y contando con la
compañía del Roxos, compañero inseparable.
Nos encantó divisar la
figura de un viejo y solitario molino en su orilla derecha.
Y la senda que nos lleva ante la pasarela de madera que pone punto final a nuestro paseo.
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