lunes, 5 de marzo de 2018

Porta Do Mezio Y Ribeiro De Vilela en Arcos De Valdevez, Portugal

Ayer nuestros pasos nos llevaron sobre esta maravilla de pontón.
Para ello nos acercamos hasta “A Porta do Mezio”, una de las cinco puertas del Parque Nacional da Peneda Gerês, en donde hay numerosos vestigios arqueológicos como esta Anta do Mezio que nos da la bienvenida.
Seguimos la ruta conocida ahora como PR13 AVV Trilho da Ribeira de Vilela que nos encantó de comienzo a fin. 
Es de pequeño recorrido y señalizada en amarillo y rojo como es habitual en Portugal, ya que transcurre por tierras de Arcos de Valdevez.
En los primeros km caminamos en espacios de vastas extensiones con las lejanas montañas y el cielo azul como horizonte.
Algo más adelante podemos ir apreciando pueblitos aquí y allá y las fincas con los característicos socalcos de estos parajes. 
Y enseguida comenzamos a vernos entre senderos delimitados por piedras.
Tanto a los lados como en el suelo.
Nos acompañan algunos ejemplares de caballos salvajes que ponen la nota dinámica en el paisaje.
También encontramos numerosas pontellas sobre pequeños arroyos que sintetizan la soltura de nuestros antepasados para sortearlos. 
Algunas "carballeiras" surgían a nuestro paso. Sus troncos retorcidos y sus ramas todavía despojadas de sus ropajes, parecían fantasmales espectros a nuestro acecho.
En lugares que realmente parecían escenarios de un cuento.
El agua también tiene una importante presencia en esta ruta, pues a los pequeños arroyos ya mencionados, se une el río, o Ribeiro Vilela que nos recibió con el estruendo de sus rápidos.
Acompañándonos en nuestro paseo.
Deslizándose alocadamente bajo “A ponte do Galego”.
Ofreciéndonos un espectáculo impresionante.
Momento emocionante el vivido al atravesarlo sobre unos improvisados pasos que no son sino simples piedras en su lecho.
Elementos que nos recuerdan el pasado no muy lejano como los chozos o refugios de pastor con la pátina del tiempo sobre sus pétreas paredes.
Pasamos cerca de Bostelinhos un lugar que parece anclado en una época pasada.
Y muy cerquita las aguas del Vilela rugían frenéticas en una blanquiazul sinfonía de sonidos.
Y de nuevo vuelta al colorido verde del musgo brillante en los muros.
De sendas de suelos tapizados de mullidas alfombras.
O empedrados irregulares, rudos y resistentes pero llenos de encanto.
A las fincas cultivadas y de bien delimitados límites.
Al dulce deslizar frenético de los regatos.
A los pontones providenciales sobre ellos.
En algún momento acompañados de fuentes para mitigar la sed.
Viejas casas de piedra, algunas ya ruinosas sus fachadas, nos ven pasar con nostalgia.
No faltan los hórreos o espigueiros en diferentes estados de conservación.
Algunos en solitario y otros en lo que fueron “eiras comunitarias” ahora ya en desuso.
Una ruta por la que desplazarse despacio paseando la vista por cada detalle.
Y que nos lleva a pensar que la naturaleza, acompañada o no de la mano artística del hombre, es bella en cualquiera de sus manifestaciones.
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