lunes, 20 de abril de 2015

Las Médulas: Incomparable Paisaje De Cuento

En Las Médulas, paraje declarado Patrimonio de la Humanidad en 1997, se encontraba, in illo tempore, la mayor mina de oro a cielo abierto del Imperio Romano.
La particular técnica de extracción, la ruina montium, que literalmente rompía la montaña, provocó el hermoso paisaje de cuento que los senderistas del Blog Grupo de Andainas Rías Baixas se encontraron cuando hasta allí se acercaron.
Ahora, lo que queda, son los restos de la actividad minera en aquellos lugares, invadidos de nuevo por La Madre Naturaleza, siempre sabia, y que nos proporciona uno de los paisajes más peculiares digno de ser visitado.
Nosotros comenzamos la ruta acercándonos primero hasta el Lago Somido, que durante la época de actividad minera era un canal de lavado. A su vera el área de Chao de Maseiros que antes de la dominación romana era un hermoso valle rellenado después por los desechos de la mina.
Ya en el pueblo, visitamos su bonita iglesia, dedicada a San Simón y San Judas.
Y, después, iniciamos un ligero ascenso entre castaños centenarios, de curiosas formas, algunos de los cuales estaban en lugares de difícil acceso, lo que me hizo pensar en lo árdua que tiene que ser la recogida de la castaña en el otoño.
Y casi sin querer llegamos al Mirador de Pedrices. Desde allí el paisaje que se observa es fantástico. Destacamos la característica silueta de los rojizos picos de Las Médulas y el pueblo a sus pies.
Continuamos nuestro paseo y accedemos a una zona en la que el sendero se estrecha y va tomando cada vez más altura. A lo lejos, podemos ver pueblitos en la lejanía, salpicando las montañas que divisamos a nuestras espaldas.
La primavera sale a nuestro encuentro y nos vemos rodeados de las suaves tonalidades verdes y rosáceas del brezo y otros arbustos.
Una vez en El Mirador de Reirigos, bien en lo alto, disfrutamos una vez más de los pináculos rojizos tan peculiares y que son el motivo por el cual nos encontramos allí. ¡No hay espectáculo igual!
Y no dudamos en atrevernos a caminar por una estrecha senda pegada a la pared de la montaña en donde encontramos pequeñas cuevas excavadas y llenas de encanto.
La senda, sinuosa, va serpeando por la montaña y es una delicia poder caminar por ella, en un paisaje sin par, totalmente diferente al que estábamos acostrumbrados.
Y arribamos por fin, al Mirador de Orellán. Allí, más caminantes se encontraban contemplando la maravilla dejada por la acción de la mano del hombre completada por la Naturaleza. Un paisaje único y especial.
También había quienes se adentraban en las cuevas y se asomaban al balcón natural sobre el abismo. Nosotros preferimos contemplarlas desde el exterior.

Después de un rato nos tocó ir descendiendo. Y lo hacemos por una senda realmente espectacular. Un auténtico bosque encantado. A un lado y a otro hayas y castaños centenarios de  troncos sugerentes, casi humanos, nos acompañan y proporcionan una sombra que el senderista agradece.
Siempre rodeados de maravillas seguimos adelante y nos volvemos a encontrar la tierra rojiza que tanto admiramos. Sobre nosotros se yerguen silenciosos vigilantes de nuestros pasos.
Gigantes colorados testigos de mil y una aventuras nos contemplan.
Y algo más adelante la herida abierta de La Cuevona, la galería de mayor altura, nos permite adentrarnos en el interior de su imponente oquedad.
¿Y qué decir de La Encantada? ¡Simplemente fascinante! Debe su nombre a la luminosidad que se refleja en sus coloradas paredes y que es producida por la luz que penetra en ella a través de una abertura en su parte superior.
Y ya nos decidimos a regresar al punto de inicio. El sendero que nos llevó hasta allí contribuyó a reforzar nuestra idea de que realmente estábamos caminando por un lugar mágico e insuperable.
En donde cada rincón nos parece más espectacular que el anterior. En donde cada recodo del camino te ofrece una nueva perspectiva. Algo que no te cansas de mirar y admirar. ¡No te lo puedes perder!

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